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“Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo.”

Jn 19,28

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Reflexión

Pentecostés 2020



Ambientación

Somos la Iglesia del Espíritu santo, del Espíritu de Cristo resucitado. Ahora es el momento de acabar con todos los miedos y los temores para vivir eternamente desde la confianza. En medio de este mundo, siempre tentado por un poder y una riqueza miedosos y encerrados en su deseo de seguridad, la Iglesia está llamada a abrir todas sus puertas y ventanas para que el espíritu que ha recibido, se haga extensivo para todo el mundo y toda la creación.

Ella no puede ser frontera cerrada para la libertad. Hoy, ha de abrirse al impulso del espíritu que le dice que ha de ser “Iglesia en misión, en salida, compasiva, generosa, de perdón y sanación, de fuerza para los débiles y denuncia para los injustos y los inmisericordes”, para llamarlos a la conversión de corazón. Pentecostés desea manifestarse hoy en todos los que hemos sido bautizados en el Espíritu de libertad, que ha vencido todos los miedos y los temores que hieren el corazón de lo humano. La eucaristía, la liturgia de hoy, quiere prolongar el único Pentecostés del Resucitado. Por eso, una vez más, nos dará a comer su Cuerpo y su sangre. Y así, nos da su propio Espíritu: para que no desfallezcamos en la misión y para que nuestra fuerza sea, aún mayor, que toda nuestra cobardía.


A la luz de la Palabra

Hechos 2, 1-11 está construido en paralelismo antitético con Génesis 11, 1-9:

        - Un único pueblo/ Muchos pueblos.
        - Una única lengua/ Muchas lenguas.
        - Nadie se entiende/ Todos se entienden.

Por esta “diversidad-unidad” aquella comunidad naciente se auto-comprende como una comunidad “unida en y a través de la diversidad” por la acción del Espíritu de Jesús; y por ello:

        - Vive la pluralidad-diversidad como gracia
        - Y en ella cada uno puede “escuchar en su propia lengua” (1ª lectura).
        - Permaneciendo unida en la misma fe.

Sin embargo, esta experiencia festiva de la libertad no siempre permaneció viva en el seno de esa Iglesia; pues, con el paso del tiempo, comenzó a hacerse poderosa y fuerte y:

        - Creyó que ya no necesitaba al Espíritu y se autoproclamó “madre y maestra”.        
        - Olvidando que ella siempre tendrá que ser “hija y discípula”.
        - Y cuando sucedió esto, al igual que aconteció en Babel:
                    + Terminó por imponerse una sola lengua
                    + ... y por no entenderse la gente entre sí.
                    + Y se acabaron la diversidad, la libertad… y la fiesta.
                    + Y Pentecostés dejó de ser “re-cord-ado”; a lo más, sólo era “memorizado”.

¿Qué puede decirnos esto hoy aquí? ¿Qué modelo de Iglesia y de comunidad parroquial nos invita a que construyamos? No lo sé…, aunque una aproximación a una respuesta podría ser lo siguiente:

    1. Movidos por el Espíritu tendríamos que ser una Iglesia plural:

        + Lo que es posible que genere en nosotros inseguridad y desconcierto.
        + Pero la ruptura de la uniformidad enriquece la vida humana y las relaciones intraeclesiales (cf.         Hch 15, 1-31).
        + Pero, si somos una Iglesia monolítica e inquisitorial, ¿podríamos ser “la Iglesia de Pentecostés”.

    2. Movidos por el Espíritu, tendríamos que ser una Iglesia abierta: 

        + Capaz de superar los miedos que nos llevan a ser una Iglesia “con las puertas cerradas por         miedo a…” (Jn 20, 19).
        + Capaz de superar los miedos que nos llevan a ser una Iglesia-refugio ante una sociedad que         consideramos enemiga.
        + Pero, si somos una Iglesia a la defensiva, incapaz de “dia-logar” y de “co-loquiar” (ES, 49) con         el mundo, ¿podríamos ser la “Iglesia de Pentecostés”?

    3. Movidos por el Espíritu, tendríamos que ser una Iglesia-acogedora: 

        + No sólo de aquellos que no nos generan problemas e inquietudes.
        + Sino también de aquellos otros que no piensan, ni hablan, ni actúan como a nosotros nos         parece el modo correcto.
        + Porque si no somos una comunidad acogedora, por muy bien organizados que estemos, ¿cómo         podríamos ser una Iglesia de Pentecostés”?

Y es que si nuestra Iglesia (y nuestra comunidad parroquial) no se sitúa en la sociedad de este modo, ¿podríamos ser y llamarnos la comunidad de discípulos de Jesús, que se deja llevar por el Espíritu?
Tal vez, ser una Iglesia plural, abierta y acogedora, al servicio del mundo, es la misión que tenemos y que nos recuerda todos los años la fiesta de Pentecostés, que hoy estamos celebrando: eso es quizá evangelizar.


Manolo Fernández. Misionero de África (Padre blanco)