1. Seguro que todos hemos soñado con una situación en la que la muerte y las muertes no tenían cabida en nuestra historia; pero, al menos hasta ahora, esto no pasa de ser una “utopía”; ya que, un día tras otro, vemos cómo:
- La muerte y las muertes se enseñorean en demasiados países y en el nuestro (pensemos en la pandemia que atravesamos).
- En nuestra ciudad y en nuestro barrio hay pobreza, dolor, enfermedad…muerte.
- En nosotros mismos descubrimos estas mismas presencias de la muerte en nuestras vidas; y echamos en falta a las personas que se ha llevado la muerte de nuestras vidas.
2. Todo esto nos duele profundamente; sin embargo, estamos aquí y ahora:
- Celebrando la muerte
- Celebrando a un muerto, quien, paradójicamente, nos preside
- Y a quien, esta misma tarde, vamos a prestar nuestra veneración
3. ¿Cómo hacer compatibles, por un lado, nuestras ansias y sueños de vida; y, por el otro, ¿nuestra realidad de muerte y nuestra celebración de un crucificado? No es fácil responder a esto; la contradicción del Domingo de Ramos ha llegado a su plenitud: Dios/Debilidad, Crucificado/Resucitado, Muerte/Vida.
4. Y ahora, ¿qué hacemos? Quizá sólo dejarnos invadir, interpelar por “la” contradicción; pues quizá sólo de este modo sea posible que: + Comencemos a mirar con dolor, el dolor del mundo, a ser “com-pasivos” con él. + Tratemos de asumir y “cargar” gratuitamente con ese dolor. + Seamos buena noticia en medio de tanta muerte.
5. Pero, ¿cómo podríamos ser testigos creíbles del “varón de dolores”, de aquel, cuyas “heridas nos han curado”? Quizá asumiendo agradecidos que:
- Él nos ha mirado “com-pasivamente” (1ª Lectura): - nuestro dolor es su dolor. – En él se nos ha hecho infinitamente cercano un Dios extraño. – Un Dios débil, entrañable y samaritano.
- Su muerte es, * para nosotros, el hecho más escandaloso de la historia. * Es vida. * Nos da el Espíritu.
- De este modo: + “El Crucificado” es “el Rey”. + “El Muerto” es “El Resucitado”. ¿Podremos entender este misterio alguna vez?
6. Sí parecen haberlo hecho algunos cristianos: San Justino en el siglo II; el P. Kolbe, Martin Luther King, Oscar Romero, Ignacio Ellacuría… ¿Podemos ponerles nombre a los testigos de ese misterio hoy?. Nosotros también estamos llamados a ser testigos y a poner nuestra esperanza en “un difunto, llamado Jesús, de quien Pablo (y cada uno de nosotros) sostiene que está vivo” (Hch 25, 19b).
Ponemos a tu disposición otro texto con el que reflexionar en el día de hoy. Descarga el archivo: