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"Tengo Sed".

Jn 19,28

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Cristo crucificado

Diego Velázquez

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Señor, hoy te contemplamos subido al madero de la Cruz, eres todo Belleza, pero Belleza crucificada. ¿Qué esconde tu crucifixión? ¿Por qué aun encierra tanta belleza verte así, mi Dios?

Con qué palabras lo describía Isaías antes de que tú nacieras… 

“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién se preocupará de su estirpe? Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron.” (Isaías 52, 13)


Reflexión Ejercicios Espirituales Cardenal Nguyen van Thuan. Cardenal Nguyen van Thuan, Testigos de Esperanza, p.104

La muerte de Jesús fue real, pero aún más real es la vida en abundancia que brotó de aquella muerte.
Pero ¡cuánto costó esta vida!
Él había bajado a la tierra por amor a nosotros, para llevar a cabo, en unidad con la voluntad del Padre, su designio de salvación del mundo.
Inefable abajamiento de Dios (…) Imagen de un Dios que se entrega sin reservas, que da su vida sin medida hasta subir a la cruz, donde toma sobre sí toda la culpa del mundo, hasta asumir Él, que es el “inocente”, el “justo”, la semejanza con el hombre pecador.
Intercambio admirable entre Dios y el hombre.
Y es allí, en la cruz, donde Jesús, poco antes de morir, se dirige al Padre gritando: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15, 34)
Grito misterioso de un Dios que se siente abandonado por Dios. En el momento culminante de su vida, Jesús había sido traicionado por los hombres, los suyos ya no estaban con él, y ahora Dios, ese Dios al que llamaba Padre, Abba, parece callar.
(…)
Lo cual -afirma San Juan de la Cruz- fue el mayor desamparo sensitivamente que había tenido en su vida. Y sin embargo - prosigue san Juan de la Cruz-, en él hizo la mayor obra que en toda su vida con milagros y obras había hecho ni en la tierra ni en el cielo, que fue reconciliar y unir al género humano por gracia con Dios.
Aquel vértice de dolor que alcanzó el Hijo de Dios se abre de par en par ante nuestros ojos como el ápice de su amor por nosotros.
En una oración, Chiara Lubich dice:
“Para que tuviéramos luz, te hiciste ciego.
Para que tuviéramos la unión, experimentaste la separación del Padre.
Para que poseyéramos la sabiduría, te hiciste ignorancia.
Para que nos revistiéramos de la inocencia, te hiciste pecado.
Para que esperáramos, casi te desesperaste.
Para que Dios estuviera en nosotros, lo sentiste lejos de ti.
Para que fuera nuestro cielo, sentiste el infierno.
Para darnos una estancia gozosa en la tierra entre cien hermanos y más, fuiste excluido del cielo y de la tierra, de los hombres y de la naturaleza.
Eres Dios, eres mi Dios, nuestro Dios de amor infinito” (C. Lubich)
(…)
El amor extremo de Jesús nos empuja a vivir como él y en él. Y podemos hacerlo.
Podemos si, reconociendo en cada dolor personal y ajeno una sombra de su infinito dolor, un aspecto, un rostro de él, si cada vez que se presenta no lo alejamos de nosotros, sino que lo acogemos en nuestro corazón, como si lo acogeríamos a él. Y si luego, olvidándonos de nosotros mismos, nos lanzamos a hacer lo que Dios nos pide en ese momento presente, en el prójimo que él nos pone delante, dispuestos sólo a amar. Veremos entonces muy a menudo que el dolor se desvanece como por encanto y que ene alma permanece sólo el amor.
Valorar cada dolor como uno de los innumerables rostros de Jesús crucificado y unirlo al suyo significa en verdad entrar en la misma dinámica de dolor-amor; significa participar de su luz, de su fuerza, de su paz; significa descubrir en nosotros una presencia de Dios nueva y más plena.”


Es ahí, en el Amor, donde se esconde tu Belleza, mi Señor. Que me deje empapar, impregnar, hacer, por el misterio de la Cruz junto con María y Juan.

Ayúdame mi Dios a morir a mis miedos, a morir a mi pecado, a renovarte mi amor en cada Eucaristía y a -en mi debilidad- ofrecerme contigo, dejándome herir para darme hasta el final.
Amén.