“Los soldados tomaron sus vestidos e hicieron cuatro lotes, uno para cada uno. Cogieron también la túnica, sin costura, de una pieza, tejida de arriba abajo. Por eso dijeron: No la rompamos; echemos a suertes a ver a quién toca. Para que se cumpla la Escritura: Se han repartido mis vestidos y han echado a suertes mi túnica”
(Jn 19, 23 – 24; cf Sal 21, 9)
La Palabra de Dios enseña que en el hermano está la permanente prolongación de la Encarnación para cada uno de nosotros. A veces se trata de escuchar el clamor de pueblos enteros, de los pueblos más pobres de la tierra, porque la paz se funda no sólo en el respeto de los derechos del hombre, sino también en el de los derechos de los pueblos. Anunciar a Cristo significa que creer en él y seguirlo no es sólo algo verdadero y justo, sino también bello, capaz de colmar la vida de un nuevo resplandor y de un gozo profundo, aún en medio de las pruebas.